11.11.09



El sábado salimos a dar un paseo. Fue un paseo igual a todos, todos las semanas hacíamos el mismo recorrido. Tomabamos un colectivo, y después el tren; bajabamos en La Plata, cuando casi anochecía. Él me despertaba cuando estabamos por llegar, enojado por mi crudo sueño, y yo miraba exaltada por la ventana, como si fuera a encontrar algo que diferenciara a ese viaje de todos los otros. Bajamos, pisamos el andén.
La noche estaba fría y solitaria, el bullicio caluroso del tren nos había despistado. Nos miramos un par de veces, los dos sin decir nada, el silencio aparecía como un trabajo cuidado, como una flor que absorbe agua, callada, alimentándose. Y sin embargo, alguien tenía que quebrar esa tremenda calma, era nuestro deber, teníamos que hablarnos, preguntarnos hacia dónde ibamos a ir, y después de eso preguntarnos para qué, si ninguno quería hablar, si los dos queríamos estar ahí, en un andén, parados, mirándonos.
Pero bien, debíamos ir hacia algún lado, porque en estos tiempos nada puede esperar y algo teníamos que hacer. La tristeza era infinita, nos sentíamos terriblemente solos, las palabras nos habían invadido, infieles, bruscas, torpes.
Decidimos que sea la plaza. A la noche reinaba un aire fresco y nítido, los autos del día dormían. La calesita descansaba, la arena suspiraba, mojada. Nos sentamos debajo de un árbol de flores violetas, sacamos de la mochila unos sanguchitos, preparamos el mate. La plaza estaba iluminada y despertaba una belleza incontrolable; nosotros la contemplabamos absortos, agónicos. La luz nos permitía leer un libro de Borges y Bioy Casares que vos habías comprado -por 20 pesos, aclarabas, y es cortito y está tan bueno que me lo leí en una tarde- y leíamos algunos párrafos, como ese día en que tomabamos helados primaverales en lo de Luisito. "¿Hay algo de Dostoievski?" te preguntaba, y celebrábamos que estaban Kafka y Poe, estaban ahí, vivos, estaban escribiendo para nosotros. Sin que te dieras cuenta, pasó un largo rato, como ahora que me estás leyendo. Eran las diez de la noche, y notaste que ya no estabamos tristes; estabamos leyendo, estabamos hablando, pero estabamos en silencio.

No hay comentarios.: