14.1.11

"Había un psiquiatra que atendía un centro telefónico de asistencia al suicida y al que todos llamaban el Cura porque había sido predicador en una iglesia evangélica del sur del Bronx. Era un falso psiquiatra y un falso médico que actuaba con los documentos de su hermano, muerto hacía dos años en Cincinatti. Instaló el servicio en un ruinoso departamento de la calle 32. Grababa todas las conversaciones, jamás aceptaba entrevistas personales. A cualquier hora del día lo llamaban hombres y mujeres desesperados que le contaban la historia de su vida.
No se trataba de la historia de su vida, en realidad contaban un acontecimiento que, según ellos, había provocado la declinación y la catástrofe.
Todas las historias giraban sobre un punto de viraje, como si hubieran vivido una sola experiencia.
No era la locura, era el borde, la frontera, podían fingir, pagaban tres dólares por una llamada de cinco minutos. La locura jamás será narrativa.
Contaban que estaban solos, en la miseria, que habían perdido a la mujer, alcohólicos, ex alcohólicos, impotentes, una mujer había dejado pasar la oportunidad de irse a Miami cuando tenía veinte años y ahora tenía miedo de salir de su casa, ya no tenían droga, estaban drogados, estaba desnuda, oía voces que le daban órdenes contradictorias, lo llamaban el exterminador, era la nieta legítima de Federico Nietzsche, un vecino le captaba el pensamiento e influía directamente sobre su vida, había estado en una clínica psiquiátrica con Rocky Graziano, le habían cortado un brazo, ya había muerto dos veces.
Volvía a escuchar las cintas, el relato múltiple de la ciudad. Quería captar el centro de la obsesión secreta de Nueva York."
Ricardo Piglia -. extraído de "Prisión perpetua"

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